Como cada año, el día de madre se inunda de actos de agradecimiento (trabajos manuales, flores y llamadas) que encierran implicaciones sociales incuestionables. Y es que si nuestra sociedad sigue adelante cada día se debe a que existen personas dispuestas a ofrecer el soporte emocional, educativo y organizacional que necesitan los hogares para ser funcionales. Una labor cuyo reconocimiento social, a pesar de su importancia, se limita a penas a días como éste.
La sociedad tradicional o patriarcal, da privilegios a los hombres, o como suele decir un compañero de la asociación “nacemos con una tarjeta de platino” que te ofrece ciertos privilegios frente a las mujeres. Se te da el derecho de salir fuera de casa para trabajar sin que intervengan ataduras familiares, la oportunidad de conocer gente, de viajar, mientras que el mundo de lo doméstico generalmente corresponde a la mujer. Pero el problema es que también esos privilegios tienen un coste y a veces no los vemos.
Ese coste tiene que ver con la negación del mundo emocional a los hombres: negar el espacio en la crianza, en el cuidado de otros seres queridos, como la pareja o los padres. El cuidado de sí mismo también se niega a los propios hombres. Si nos vamos a las estadísticas, la esperanza de vida de éstos es inferior a la de las mujeres y creo que esto tiene que ver con que no se nos inculca el autocuidado, sino que tenemos que ser cuidados por una mujer: nuestra madre, nuestra pareja o nuestra hija, en un momento dado. Desde luego, también hay que renunciar a ciertos privilegios. Yo lo tengo claro. Pero creo que cuando uno analiza esto, ya no solo por justicia, sino por propio beneficio, optaría por implicar verdaderamente a los hombres en el ámbito del hogar.
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