La soledad de las diosas kumari
La cara maquillada de una niña de ocho años asoma por la ventana principal del templo ante la mirada atenta de una veintena de extranjeros que aguardan en el patio de la Kumari Ghar, en Basantapur, centro de Katmandú. Durante un minuto escaso, sus pequeños ojos tocados con una larga línea negra pueden asomarse al mundo. En su frente luce elagni chakchhu –ojo de fuego–, por el que ve las otras dimensiones que su divina condición le permite. Matina Shakya realiza el mismo ritual desde que tiene tres años, cuando fue elegida Kumari real. Solo hasta medio día los nepalíes pueden adorar personalmente a la niña virgen. Después, los turistas ya no podrán contemplar a la principal atracción religiosa de la capital nepalí, única en el mundo. Nadie puede hablar con ella ni fotografiarla. Solo sus cuidadores, profesores particulares y unos pocos niños de su misma casta pueden compartir el tiempo con ella. El resto del día lo disfruta en soledad. Así ha sucedido desde hace más de 700 años. Y así será hasta que tenga su primera menstruación. Y otra niña virgen la sustituya.
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